jueves, 8 de septiembre de 2016

La nostalgia de Stranger Things

He caído: he visto Stranger things.

Corrección: he devorado Stranger things como si de un helado en verano se tratase.

Menudo vicio, menuda pasada de serie, menudos ocho episodios que forman la primera temporada, que nos ha traído Netflix. Porque, sí, la primera temporada son ocho episodios y, encima, la historia tiene un final cerrado. ¿Se puede pedir más?

Bueno, evidentemente sí: que sea una buena serie, que lo es, porque Stranger things ha sido la serie revelación del verano, la que comentaba todo dios por todos los lados. Así que esta entrada no va a ser precisamente novedosa o única, pero es que Stranger things me ha encantado, hay que hablar de ella y alabarla porque ella lo vale. Porque es maravillosa y debería haber una ley que nos haga llenar la casa de luces navideñas o elevar a Dustin a dios catódico junto a Tatiana Maslany.


Además, con esto de que ha sido verano, puede que haya despistados que han estado de vacaciones (os odio, con cariño, eso sí, pero os odio... besis) o personas a las que la serie, por lo que sea, les echa para atrás.

Así que, venga, hablemos de Stranger things.

El punto de partida es sencillo: al volver a casa, tras haber pasado la tarde con sus amigos, Will Byers desaparece en extrañas circunstancias en su pequeño pueblo, coincidiendo con la aparición de una niña muy especial, Eleven. La desaparición de Will es investigada tanto por su madre, como por el sheriff, como por sus amigos.

Como ya he dicho, el argumento es bastante sencillo y es que tenemos a tres grupos de personajes investigando el mismo misterio, cada uno averiguando distintas cosas y viviendo situaciones extrañas. Sí, no es el mejor resumen, pero tampoco quiero soltar spoilers, ya que la gracia de Stranger things, entre otras cosas, es que te vaya sorprendiendo. Porque, amigos míos, esta serie, como ya he dicho, es un vicio y, cuando terminas un episodio, necesitas ver el siguiente, ya sea por el cliffhanger, porque quieres saber qué va a pasar o porque necesitas saber qué mierdas está pasando.


Y, oye, tiene su mérito, ya que la trama es bastante sencilla, que no simplona.

De hecho, es que Stranger things es como esas maravillosas películas de los años ochenta, algo de lo que es perfectamente consciente, por lo que sabe usar como nadie el factor nostalgia. Es decir, que desde el principio, no sólo recrea los años ochenta (la historia está ambientada en noviembre de 1983), sino que también homenajea esas películas de aventuras tan increíbles que nos han acompañado desde niños: E.T., Gremmlins, Los Goonies... Yo es que soy muy fan de ese cine, son las típicas pelis que me pongo cuando estoy mala o no tengo un buen día porque me hacen muy feliz.

Stranger things recupera ese encanto, esa forma de contar historias y ese tono que combinaba las aventuras, lo extraño (o lo que se sale de la norma) con el encanto y los personajes tan cotidianos y que tan fácilmente te roban el corazón. Es decir, que recupera a los niños molones que investigan montados en sus bicicletas y que son una panda de frikis que, de pronto, se encuentran viviendo esas aventuras con las que soñaban; a la adolescente que busca su lugar, debatiéndose entre el popular y el rarito cual Molly Ringwald de la vida; a los antihéroes y a los padres que no se enteran de nada ni a propósito.


Y eso mola muchísimo, al igual que cazar los homenajes al cine ochentero.

Porque, sí, ese maravilloso grupo formado por Mike, Dustin (el amo) y Lucas sueltan referencias frikis a cascoporro (dragones y mazmorras, cómics, pelis...), pero también hay muchas cosas que recuerdan a momentos grandes de los ochenta. Desde el ver a los niños en sus bicicletas como si fueran Los Goonies hasta esa escena que parece un revival de esa donde disfrazan a E. T. de niña.

Pero, aunque sea un elemento muy importante, Stranger things no vive únicamente del factor nostalgia, sino que poco a poco nos presenta su propia mitología y una historia de lo más curiosa. Poderes, doctores desalmados, un mundo paralelo... Si es que lo tiene todo y sabe equilibrar ese lado más fantástico con el humano, pues al tener tres grupos de personajes, da para hablar de muchas cosas: la irrupción del mundo femenino en un grupo de niños, la adolescencia y el buscar el lugar de cada uno, incluso la lucha contra los viejos fantasmas y los traumas que acarrean los adultos.


Y es que Stranger things logra lo que tanto le ha costado hacer a la ficción española: tener tres frentes de edad bien diferenciados (niños, adolescentes y adultos) y que funcionan perfectamente, sin resultar cargantes u odiosos.

Porque los niños podrían ser un horror, pero acaban resultando lo mejor de Stranger things, puesto que son adorables, divertidos y sirven para hacer muchos avances. De hecho, me pareció que estaba muy bien pensado el que los cuatro fueran los mejores de la clase de ciencias y que tuvieran esa relación con su profesor, ya que acaba ayudando a que se descubran muchas cosas.

Y, encima, entre los niños está Eleven, que es la cosa más mona del mundo mundial. Es imposible no amar a Eleven con la fuerza de los mares y se acaba convirtiendo en uno de los personajes revelación.


Quizás la parte adolescente es la menos lucida, aunque incluso en esa especie de trillado triángulo amoroso saben salirse de lo típico. Sí, Nancy está un poco a medio camino entre las dos realidades del instinto, la de los marginados y la de los guays, lo que también se representa en que le mola tanto el chico popular (Steve) como el rarito marginado (Jonathan, el hermano del niño desaparecido). Pero los guionistas se toman la molestia de que ninguno de los tres sea plano, ni siquiera ese chico popular que demuestra que es más que el capullo de turno y eso me gustó. No es que shippee a morir a Nancy con alguno de los chicos, pero tanto Jonathan como Steve son algo más que un perfil y Nancy tampoco se maneja como la típica petarda de novela adolescente, así que estoy contenta por esa parte.

Al igual que lo estoy con Winona Ryder, a la que le han caído muchísimos palos al ser tildada de sobreactuada y exagerada, algo con lo que yo no estoy de acuerdo. Su personaje, Joyce, tiene que criar como buenamente a dos hijos y el pequeño desaparece sin dejar rastro. Por si eso ya no fuera suficiente drama, estando sola en su casa empieza a notar cosas raras: que si las luces se encienden solas y parece que Will se comunica mediante ellas, que si sale una mano de la pared...

¿Qué la pobre mujer está al borde del ataque de nervios? Pues claro, coño, pero menuda situación bonita tiene entre las manos. Yo veo salir una mano de la pared de mi casa y echo a correr y no paro hasta llegar a China, mientras grito como una loca.


Además, está la cuestión de que Joyce está convencida de que Will se comunica con ella mediante las luces y que está en algún lado, que no es donde cree la policía. Y Joyce tiene razón, pero los que averigua es tan extraño que sencillamente resulta difícil de creer y ella misma es consciente de que parece una loca y que nadie le va a hacer caso, por mucho que tenga pruebas de que lo que dice es verdad. Vamos, que me parece perfectamente justificado tanto la actuación de Winona Ryder como el comportamiento de Joyce, que demuestra tener unos ovarios como una catedral de grandes.

Porque, encima, y es algo que casi me dejo, no veáis el mal rollo que puede llegar a dar Stranger things. No es tanto como para tildarla de terror, pero tanto la ambientación como algunas escenas (jo, la de la piscina) dan muy mal rollo. Vamos, que la ambientación mola muy mucho, como todo lo que tiene que ver con la serie.

Que la tenéis que ver, vamos, así, como resumen de la entrada.

¡No os arrepentiréis!

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